sábado, 25 de junio de 2011

Inflación Estructural


Interesante nota de Zaiat en el Página/12 de hoy, sabado 25 de junio de 2011


Inflación Estructural
Por Alfredo Zaiat

Con la inestimable colaboración de índices de precios al consumidor oficiales que repiten el 0,7 o 0,8 por ciento cada mes desde hace catorce en forma consecutiva, el tema de la inflación se ha instalado como uno de los más relevantes en el debate económico electoral. Ambito Financiero publicó esa curiosidad estadística elaborada por el banco de inversión Goldman Sachs, que también sabe jugar con números, habilidad que se descubrió con la debacle griega cuando facilitó la colocación de bonos de deuda de ese país hoy en desgracia. La originalidad de esas estadísticas públicas entorpece la comprensión del actual proceso inflacionario, dejando el terreno abonado para la irrupción de profetas de la ortodoxia, que reúnen antecedentes suficientes para mostrar que sus propuestas han fracasado al generar la más dramática crisis económica de la historia moderna del país. Sin mínima autocrítica, avalados por un coro disciplinado de la cadena nacional de medios privados, se presentan como portadores de saberes sobre la inflación. Su diagnóstico, con más o menos énfasis, con más o menos transparencia expositiva, se resume en que los aumentos de precios se deben a la exagerada emisión monetaria, al fuerte crecimiento de la demanda agregada y a los desmedidos aumentos de salarios. Ante ese cuadro de situación, la sugerencia, disfrazada como el camino para mejorar la distribución del ingreso, es un ajuste monetario, fiscal y salarial. El economista e historiador Mario Rapoport rescató del libro Los ministros de Economía, del periodista económico Enrique Silberstein, la siguiente sentencia, expuesta en los años ‘70: “Nos pasamos la vida hablando contra la inflación, todo gobierno y todo ministro de Economía (hoy políticos de la oposición con sus economistas de la city) lo primero que promete es combatir la inflación. Y, si uno se fija bien, el ataque a la inflación va dirigido al incremento de los costos, o sea al aumento de salarios. Jamás se ha combatido la inflación diciendo que se debe al crecimiento de las ganancias... Nadie se ha preguntado si las ganancias tenían sentido y si eran económicas”.

En el documento “Una revisión histórica de la inflación argentina y sus causas” publicada en el libro Aportes de la Economía Política en el Bicentenario, Rapoport explica que “si la inflación es un problema que reconoce múltiples causas, recomendar un remedio sin un análisis detallado es un acto de curanderismo o esconde, en realidad, intereses concretos”. Admite que se trata de un fenómeno complejo y que existe en el país una arraigada cultura inflacionaria. Menciona que economistas de la corriente monetarista expresan sus clásicas posturas para enfrentar el problema del alza de precios: reducir el gasto público, restringir la emisión monetaria y moderar el alza de salarios. Pese a la insistencia en el espacio público sobre esos determinantes ortodoxos de la inflación, el actual proceso de aceleración en la suba de precios que se verifica desde 2007 no identifica ninguno de los motores tradicionales de inestabilidad de precios. Reconocer esa carencia implicaría develar la matriz ideológica conservadora que apunta sobre la demanda agregada (gasto público, salarios) para defender las ganancias extraordinarias de conglomerados económicos con posición dominante en sectores claves de la economía.

Aunque parezca extraño ante la hegemonía en ámbitos académicos como públicos del pensamiento ortodoxo sobre la inflación, existen otras explicaciones sobre ese fenómeno desarrolladas por economistas argentinos de prestigio internacional. Ya en los años ’60 surgió un nuevo concepto de inflación planteado por el profesor Julio H. G. Olivera que refería a que en países periféricos el alza de precios no es de origen monetario sino estructural al obedecer, sobre todo, a rigidices y asimetrías de la economía, como el estrangulamiento en la balanza de pagos. Rapoport añade que “una mirada estructural no identifica el problema sólo con la inflación sino con un conjunto de otros problemas, como la distribución del ingreso, los cuellos de botella en el sector externo y en las cadenas productivas, la generación de tecnología propia o la acumulación de capital”. La inflación estructural es una característica particular de países subdesarrollados con problemas en el sector externo.

En esa trama compleja que se aleja de las recetas fáciles de la ortodoxia, una de sus facetas es la utilización del tipo de cambio y las retenciones para intervenir en una estructura productiva desequilibrada (agro competitivo por ventajas naturales e industria con una productividad más baja en términos comparativos) y el impacto de la evolución de los precios internacionales de las materias primas. Economistas y políticos que repiten postulados neoliberales hoy maquillados de sensibilidad social, acompañados por no pocos denominados progresistas y heterodoxos, que festejaron el voto no positivo del vicepresidente Julio César Cleto Cobos que implicó abortar la posibilidad de aplicar derechos de exportación móviles a cuatro cultivos claves como estrategia anticíclica ante shocks externos, tienen cuota de responsabilidad sobre el actual comportamiento de los precios de los alimentos. No sólo neutralizaron esa medida, sino que determinaron condiciones políticas, sectoriales y sociales que limitaron la posibilidad de subir retenciones, eficaz instrumento de política económica que permite disociar los precios internacionales de los domésticos en el sensible sector de alimentos. Según la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, los índices de precios internacionales de alimentos subieron casi 30 por ciento entre junio y diciembre de 2010, cerrando el año en niveles similares a los alcanzados durante el clímax del alza de precios del primer semestre de 2008. Esa tendencia continuó en la primera parte de este año hasta marcar el mayor registro desde que la FAO empezó a medir los precios de los alimentos en 1990. Sus registros señalan un aumento de 138 por ciento por tonelada en el precio de los alimentos en el mundo en nueve años, al pasar de 97,7 dólares en 2003 a 233,5 dólares en lo que va de 2011. La FAO informó que los precios de los productos cárnicos en ese período se incrementaron en 80 por ciento, el de los cereales 161 por ciento, mientras que los precios del aceite y el azúcar aumentaron 164 y 271 por ciento, respectivamente.

Ignorar esa trayectoria de los precios internacionales para examinar el comportamiento local muestra debilidad analítica, deliberada intención de confundir el debate o voluntad de proteger intereses sectoriales. Un interesante ejercicio de simulación sería estimar cuál hubiera sido el recorrido de los precios internos en estos años con retenciones más bajas o ninguna, y sin la política de acuerdos personal de la Secretaría de Comercio Interior con eslabones concentrados de la cadena productiva y de comercialización.

Ante un contexto internacional de alza de precios de materias primas y con un tipo de cambio competitivo, la aplicación de retenciones, y móviles, es la medida de corto plazo más eficiente para amortiguar ese impacto externo en los precios, además de contribuir a la redistribución de parte de la renta de la tierra hacia la industria local. Esa política es necesaria, no suficiente teniendo en cuenta el tipo de inflación que irrumpe por las mencionadas condiciones estructurales de la economía, lo que implica la necesidad de profundizar la recuperación de la industria con mayor grado de complejidad e integración local para superar esas restricciones. El fallido intento de la resolución 125 tiene un efecto más duradero en la economía y en los precios que la estrella fugaz Cobos.

domingo, 19 de junio de 2011




EL PAIS › CARTA ABIERTA/9
La reconquista


1 ¿Por qué queremos a Buenos Aires?

Porque tenemos memoria de sus barrios, incluso de aquellos que no conocimos. Porque fue fundada mitológicamente en alguna manzana hoy reciclada por las estéticas del diseño. Porque aún reconvertida y rehecha sigue convocando al relato y la aventura de la fabulación. Porque fracasó en su propio imaginario: se quiso blanca y uniforme, y su vitalidad, sin embargo, viene de la mezcla de colores, de estaturas, de modos de vestir y de celebrar, de rezar, de preparar las comidas. Porque en su voz suena la polifonía dispar de las lenguas que la habitan (el aymara y el italiano; el wolof y el guaraní; el coreano y el idish; el árabe y el portugués) y a la vez es el ritmo entre zumbón y tierno del voseo rioplatense.

Porque en ella vive el país, es territorio que habitamos los que venimos de todas las provincias y en el que constituimos un trazo nuevo de lo común. Porque en esta ciudad está, aún soterrado o ghetificado, lo indígena, y su murmullo no cesa. Porque a su vera se erigieron muchas de las fábricas del proyecto industrial argentino. Porque duerme poco y sueña mucho. Porque en el malhumor tenso de sus vecinos no deja de aflorar el sueño de otra vida. Porque tiene los bares del café charlado y las plazas multitudinarias de la política pública. Porque es una serie de capas, como pensó Martínez Estrada, que surgen y resurgen a cada paso.

Porque a ella llegan diariamente millones de personas que trabajan, estudian, se entretienen y la viven como suya, y porque su vida se extiende mucho más allá de una avenida y un río. Porque son muchos los que migran a las ciudades buscando el lugar donde se reconozcan sus derechos.

Porque es ciudad del deseo y de la memoria. Porque nuestras vidas están tramadas en ella. Porque ella no es sólo ella: es el conurbano que la desborda y la rodea, es el país que la respeta y la desdeña.

Porque si es la ciudad del miedo y la de los muros y los enclaves, es también la que vive en las multitudes callejeras del trabajo y de la fiesta. Porque un escritor imaginó a un hombre solo en alguna de sus esquinas y otro la quiso fervorosa y mítica. Porque es la ciudad en que muchos vivieron su infancia y muchos otros soñaron en su niñez. Porque es siempre la misma y siempre es distinta, porque nos desconcierta y en ella nos reconocemos, porque siempre la estamos empezando a descubrir, porque nunca nos vamos de ella, porque nunca podremos conocerla del todo. Porque a Buenos Aires siempre estamos llegando.

Porque cada generación la vuelve a fundar para que sea siempre Buenos Aires, y a poblarla de nuevos signos. Porque sus tradiciones siguen hablando en sus esquinas, sus puertas, sus cuartos, sus mesas, sus patios, sus ventanas. Porque amamos en las grandes ciudades lo que tienen de turbulencia y equívoco, de entrevero y de intercambio. Porque ella es, en los rostros que la habitan, una nación y un continente. Hospitalaria y a la vez reticente adopta hombres y mujeres de nuestra América. Porque es una ciudad que sigue abriendo las puertas a hombres y mujeres de todos los continentes, y los hijos de quienes llegan son plenamente porteños, y ellos mismos, tarde o temprano, lo son.

Porque tiene lugar para las más diversas formas del amor, de los nacimientos y las muertes. Porque está hecha de despedidas y llegadas, de silencios y ruidos, de rezos y de músicas, de consignas y de oraciones laicas, de velocidad y de espacios para la quietud. Porque en la Plaza de Mayo resuenan infinitos pasos, incluso los nuestros y los de nuestros muertos. Porque en esa plaza y en sus calles los pañuelos blancos rasgaron la monotonía plomiza del terror y porque hoy trabajan en ella, en los recintos donde reinó el exterminio, las fuerzas de la memoria y las potencias de la creatividad. Porque es escenario de rebeliones y en ella resuenan todas las luchas políticas de la Nación.

2 El derecho a la ciudad

Porque queremos a Buenos Aires, porque tenemos derecho a sus rincones geográficos y espirituales, venimos aquí a afirmar el derecho a las instituciones de la ciudad y a su espacio público. No se trata sólo de metros cúbicos de vivienda: también es hora de construir formas dignas y participativas de la política. De afirmar que ese derecho lo tienen los que viven en ella y los que llegan cada día. De afirmar la trama urbana contra el miedo: fortalecer los puentes antes que los muros.

Porque el que es recluido en un ghetto no tiene derecho a la ciudad, se trata de combatir todo proceso de segregación. Reinventar la confianza para hacer posible vivir la ciudad sin retaceos. Reconocernos como ciudadanos y no como espectadores de una política que hacen otros: la reconquista de la ciudad exige una nueva racionalidad comunitaria, manos múltiples puestas a diario en la masa de la vida pública.

La ciudad es difícil como lo es todo espacio en el que millones gestionan su vida en común. Y es, sin embargo, en esa dificultad donde pueden encontrarse las fuerzas para una recomposición, en vez de la amenaza de unos contra otros. Afirmar una lógica no mercantil de los derechos: impulsar reparación allí donde hay desigualdad. La salud concebida como derecho real y para todos, ya no como negocio ni como avara limosna para salir del paso. El problema de la contaminación ambiental encarado a través de una acción multidisciplinaria, a todos los niveles, como una necesidad vital y no como un leitmotiv para afiches publicitarios.

Sostener y expandir escuelas para todos, donde la igualdad se construya en el cotidiano y las escuelas públicas reciban el compromiso, el esfuerzo y la confianza de muchos que hoy están fuera de ella. Construir las mejores escuelas, aquellas que elegiríamos para nuestros hijos, aquellas en las que quisiéramos trabajar.

Afirmar que todo barrio debe tener sus espacios verdes y sus ámbitos comunes, sus núcleos de producción de cultura y sus canales de comunicación. También que la gestión de esos espacios debe ser democrática y definida por los vecinos que los usan.

En vez de una ciudad sin horizonte y cercada por una autopista, recuperar el paisaje abierto del río y afirmar la parquización de la General Paz. Necesitamos muchos arquitectos como Bereterbide para pensar esa ciudad a la que tenemos derecho. Contra la ciudad de enclaves y fragmentos ligados por raudas autopistas –ciudad de Puerto Madero y el Parque Indoamericano–, afirmar una ciudad heterogénea y justa. Una ciudad que se reconozca en el movimiento incesante de los trabajadores en sus calles, a la hora del trabajo diario y el descanso, y a la del reclamo y la celebración.

Hoy la ciudad es rehecha por la lógica del capitalismo financiero y la especulación inmobiliaria. En los cimientos de la modernización de esta hora está la renta sojera antes que la necesidad habitacional.

La ciudad es fachada y sótano, Teatro Colón y taller clandestino, como desde los años ’30 –bien lo sabía David Viñas– fue villa miseria y Kavannagh. Se trata de hacer visible el sótano en el marco de las luchas por la igualdad.

Pensar la ciudad, en estos días de decisiones electorales, es pensar qué vida queremos vivir.

3 La reconquista (o el Eternauta)

Mezclando racismo y bicisenda; segregación y reciclado; destrucción del patrimonio, culto del consumo y violencia contra los desposeídos que duermen bajo papel de diario en los portales, el desquicio es la escena que nos lega el actual Gobierno de la Ciudad. En sus manos, la necesaria modificación de prácticas urbanas se convierte en mero recurso apologético de un estilo de vida tomado de los barrios cerrados.

No es sólo estupidez. Se articula con una representación intolerante de la ciudad, contra todo lo que mancille una fantaseada pureza o que resulte excedente para las demandas laborales del momento.

La del macrismo es una Buenos Aires ilusoria. La usa como horizonte y ariete contra la ciudad real. La nuestra es aquella que es soterrada y a la vez utópica. Está en los intersticios de la ciudad real, la vemos allí donde el miedo se suspende o en los hechos extraordinarios donde se revela la potencia de la vida en común.

La sorpresa de esta nueva derecha en la gestión ha sido lo escuálido de su eficiencia. Ni siquiera administran como buenos gerentes. Esta ciudad no los merece, incluidos los ciudadanos que los han votado.

Esta ciudad, nuestra Buenos Aires, la profunda y a la vez futura, merece políticos de otra tesitura, capaces de explorar sus fuerzas novedosas y de recrear sus espacios públicos. Políticos acordes al estremecimiento de la dimensión política que en los últimos años recuperamos para alarma y escándalo de los que no aceptan interferencias en su voluntad de hacer y rehacer la ciudad y el país a su antojo.

No se debería ausentar de la vida política la idea de felicidad. Ni aceptar su arrebato por derecha, porque en esas manos deviene una composición de consumo privado y celebración espectacularizada. Pensamos en otra felicidad: la que surge del encuentro de lo común y del acceso democrático a lo público.

Esta ciudad merece una reconquista, que sólo puede concretar la acción fraterna de las mayorías. Reconquistarla de la brutalidad del interés mezquino de unos pocos, de la violencia con que fueron conculcados derechos, de la impasibilidad con que sus bienes, sus memorias y sus mitos son devastados o metamorfoseados en objeto de consumo pasajero y ganancias. Reconquistar, con el pasado, la noción de futuro.

Vivimos años de conmoción, conflictos y entusiasmos políticos que desde distintas historias se han desplegado alrededor del kirchnerismo, nombre que intenta dar cuenta del nuevo sesgo, intensamente popular, nacional y democrático, que conmueve todos los aspectos de la vida argentina. Hay que hacer escuchar ese grito apasionado que se murmura en los barrios y en las calles como ansia refundacional.

Hay que seguir escuchando, porque no se ha apagado el rumor de los millones que estuvimos en la calle a la hora de la fiesta –cuando nos descubrimos juntos en el Bicentenario– y a la hora del duelo, en octubre, cuando el dolor y la necesidad de seguir adelante nos hicieron mirarnos las caras. Porque ahí reconocimos nuestra fuerza comunitaria y supimos que no estábamos solos. Algo ha quedado en el aire, otro ánimo, otras energías, el avizoramiento de otros horizontes.

Que es más que un sueño lo sabemos en una patria donde la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la ley de matrimonio igualitario demostraron que ningún sueño es excesivo si hay una necesidad que lo reclame y una fuerza popular que lo sustente.

No se trata solamente de que, con un cambio en el Gobierno de la Ciudad, concluya un ciclo de deterioro, reconversión excluyente y despojo. Se trata de reconquistar la política, contra su banalización en manos de los gerentes empresarios y los gabinetes de marketing; y de algo más: junto a los hombres capaces de hacer ese llamado, como Filmus y Tomada, de lo que se trata es de que empecemos todos a construir la Buenos Aires que sus profundas necesidades nos están pidiendo.

Contra la lógica de la especulación inmobiliaria, se trata de recuperar la bullente fuerza de los movimientos sociales: de los grupos que luchan por otras condiciones de vida, por su derecho a la vivienda, y los que defienden una preservación razonada de sus barrios. Contra la antipolítica que los desvencijó y los condena al olvido, recuperar los clubes socio-deportivos de los barrios, las bibliotecas, las cooperadoras escolares, los centros artísticos y culturales, el cotidiano prodigio de los encuentros.

Contra la privatización de las riberas del Plata, limitándolas a coto para viviendas y consumo suntuarios, es necesario reconquistar su uso, construyendo un litoral público, accesible y comunicado con el tejido urbano en su conjunto. La apropiación de los bienes naturales por unos pocos no puede ser el destino de una ciudad democrática. Por el contrario, en Buenos Aires todavía persiste la memoria de otra relación con el río y su ribera, que puede ser el sustrato de un emprendimiento de recuperación.

Buenos Aires debe ser repensada en su dimensión físico-espacial, en sus condiciones sociales y vecinales, y en el modo en que se toman las decisiones gubernamentales. Apelando, para todo esto, a las fuerzas activas de la sociedad y a nuevos modos del compromiso ciudadano.

Porque, así como es impostergable la necesidad de más viviendas para todos, es necesario controlar el uso del suelo, recuperar tierras para el uso público y social, impedir u obstaculizar la intervención del capital constructivo-especulador-reurbanizador-expulsor, la toma de decisiones sobre el desarrollo urbano no puede no ser participativa y democrática.

Es necesario un explícito programa de funcionamiento de las comunas. Como son necesarios mecanismos que permitan negociar, concertar y discutir entre sí a las distintas racionalidades a través de las cuales es pensada la ciudad. Necesarios o inevitables, los cambios deben ser concertados, preservando modos de convivencia. Puestas en examen, las evidencias del despojo deben convertirse en síntomas de emancipación.

Palabra poderosa, estremecida de ecos de la historia y de carnalidad popular, palabra asentada en nuestras infancias y en la entraña de nuestros afectos, hablar de “reconquista” supone hoy una apertura del futuro y, a la vez, del pasado común. De la ciudad como campo de posibilidades y espacio de la memoria, una tarea hecha tanto de paciencia como de decisión, de ojos abiertos y de sueño, de firmeza y de trabajo.

Nos sentimos militantes de esa reconquista que no será fácil, porque se trata de combatir no sólo una gestión y un partido, sino un estado de cosas propios de las ciudades contemporáneas que tienden a la fragmentación, a la segregación y la experiencia más profunda del miedo. Buenos Aires tiene derecho a ser, también en eso, modelo en el mundo.

Por lo que vive en estos años la Argentina y por lo que está viviendo Sudamérica, esta es la época propicia para intentar esa otra ciudad. Esa otra ciudad que asoma entre el pavimento algunas veces: aparece en manifestaciones, en festejos populares, en colectivos barriales, en militancias dispersas. En las esperanzas que aglutina Cristina Fernández y en la pasión con que una nueva generación, de voces nuevas y nuevos estilos, se lanzó a retomar y reinventar los caminos antes abiertos por otros jóvenes, con la mirada abierta a la contundencia del presente. A esa ciudad le hablamos.

Les hablamos a los que se sienten lacerados cuando el cartoneo puebla los anocheceres porteños. A los que saben menguadas sus propias vidas ante la infelicidad y la carencia de otros. A los que no quieren violencias asesinas para proteger sus bienes. A los que creen que lo común debe ser construido. A los que impulsan una política capaz de evitar el daño a la vida social. A los que suponen que otra ciudad es posible, aunque no alcancen a balbucear sus contornos. A los que se saben insatisfechos y dolidos. A los que aman, como nosotros amamos, esta ciudad e intuyen que es necesario reconquistarla, porque algo ineludible le seguirá faltando a sus vidas hasta entonces.

A ellos les hablamos porque son muchos y, sin renunciar a sus particularidades y diferencias, se reconocen en lo que anhelan para sí y para todos. Vengan de la tradición peronista o de las de los progresismos o las izquierdas, estén entre quienes se identifican con los ideales liberales de Mayo o entre los radicales que se niegan a olvidar la defensa de una democracia real y la lucha contra los poderes corporativos que alberga su historia. En tiempos en que los argentinos asistimos al reencuentro con las aspiraciones de un proyecto común, su ciudad capital tiene la oportunidad de dar el gran paso que la lleve hacia lo que una y otra vez se anuncia en el trasfondo de sus sueños.

Tanto como Buenos Aires necesita, para ser más Buenos Aires, reconocerse argentina, la Argentina necesita a una Buenos Aires a la altura de los desafíos que su horizonte promete. Reclamamos más política y no menos. Más calle y no menos. Pensamos más como ciudadanos que como usuarios o consumidores.

Fue en nuestra Carta Abierta/4 que, ante la imposición de una política del miedo y del silencio, invocábamos la fuerza moral del Eternauta. Está aquí, en estos días, cuando la indiferencia ya ha dejado de ser la atmósfera que plantaba un horizonte de plomo: la fuerza popular que va extendiéndose en torno del nombre “kirchnerismo” está dibujando, en esta hora argentina, el rumbo hacia la reconquista de nuestro derecho a vivir en Buenos Aires. A esa fuerza apostamos.


(De Página/12, domingo 19 de junio de 2011: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-170421-2011-06-19.html )

jueves, 9 de junio de 2011

La dictadura terrorista y totalitaria



La dictadura terrorista y totalitaria

VICENÇ NAVARRO

A la vuelta de un largo exilio, uno de los hechos que más me sorprendieron de la vida política española fue la percepción –ampliamente aceptada por el establishment político, y promovida por los medios de mayor difusión– de que la Transición de la dictadura a la democracia había sido modélica, creando una democracia que era homologable a las existentes en la Europa occidental. La realidad, sin embargo, mostraba con toda su crudeza una democracia muy incompleta y un bienestar muy insuficiente, realidad que continúa hoy, 33 años después.

España continúa teniendo el gasto público social (que financia al Estado del bienestar) per cápita más bajo de la UE-15. Y políticamente acabamos de ver cómo las fuerzas conservadoras han intentado prohibir la participación en el proceso democrático de un partido político, Bildu, debido a su origen, enraizado en una fuerza terrorista, ETA, y ello a pesar de que tal partido se ha distanciado de la violencia y ha aceptado las reglas del proceso democrático. Pero esto parece no ser suficiente para el Partido Popular, que desea que este partido condene tal pasado terrorista, intentando llevar a la cárcel a todos aquellos que todavía hoy defienden a ETA.

Este comportamiento sancionador del terrorismo contrasta, sin embargo, con el comportamiento del propio Partido Popular, que nunca ha condenado explícitamente y por su nombre a la mayor fuerza terrorista que existió en España durante el siglo XX, responsable del mayor número de asesinatos políticos que haya ocurrido en la historia del país. Ningún otro régimen ha asesinado a tantos españoles como la dictadura iniciada por un golpe militar, liderado por el general Franco, en contra de un sistema democrático, la II República. Fue un régimen basado en el terror, con asesinatos políticos (por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió 10.000), torturas (sistemáticamente realizadas en sus cárceles), campos de concentración y exilio. Aquel golpe fue realizado por los que falsamente se autodefinieron como los nacionales (la mayoría de sus tropas de ataque eran mercenarios y extranjeros, y su victoria se debió única y exclusivamente al apoyo extranjero de Hitler y Mussolini) que estaban en una “cruzada” (cuyas tropas de choque, paradójicamente, eran musulmanas) y que supuestamente defendían a la patria (imprimiendo un enorme retraso económico, político, cultural y social al país). En realidad, era una minoría en contra de la mayoría de las clases populares de los distintos pueblos y naciones de España, lo cual requería el terror para su propia supervivencia. El terror fue sustancial en la existencia de aquel régimen hasta su último día.

Sin pretender establecer categorías, el número de víctimas de aquel terror (asesinatos políticos) fue de casi 200.000, una cifra mucho mayor que la realizada por ETA (839). Las víctimas de aquel régimen terrorista continúan ignoradas durante el periodo democrático, sin que el Estado las haya homenajeado como se merecen. El contraste entre el comportamiento del Estado hacia las víctimas de ETA y las víctimas de la dictadura es vergonzoso e ilustra no sólo la diferente vara de medir el terrorismo, sino la baja calidad del estado democrático, cuyo Tribunal Supremo, por cierto, está enjuiciando al único juez que ha intentado en España que el Estado se responsabilizara de encontrar a los desaparecidos en aquella dictadura y de enjuiciar a los responsables de tanto dolor y terror.

La entrada dedicada a Franco del Diccionario Biográfico Español –publicado por la Real Academia de la Historia, e iniciado y financiado por el Gobierno del PP dirigido por José María Aznar– es una alabanza y una apología del responsable del mayor terror que haya existido en España. A pesar de ello, un dirigente del PP alabó la biografía de tal terrorista, presentándola como obra ejemplar. Utilizando el mismo criterio que tal partido aplica a ETA, el autor de tal biografía debiera estar en la cárcel y la Real Academia de la Historia tendría que haberse cerrado. Y, al propio portavoz del PP que hizo tal alabanza, se le hubiera tenido que llevar a los tribunales.

El hecho de que todo esto no ocurra muestra el enorme poder de las fuerzas conservadoras que hegemonizaron el proceso de la Transición y el periodo democrático. ¿Cómo, si no, puede explicarse que incluso hoy, en los libros de texto de la asignatura obligatoria de cultura cívica se sostengan posturas dignas de la ultraderecha del Tea Party de EEUU, tales como definir al feto como ser humano, considerar el aborto voluntario como un asesinato, o definir al darwinismo como una doctrina sospechosa? ¿Y, cómo, si no, pueden explicarse la visión tan sesgada y negativa que se da de la II República y el silencio sobre el terror del régimen que la derrocó que están presentes en los libros de texto de las escuelas públicas?

Pero la represión de aquel régimen fue también psicológica e ideológica, precisamente debido al carácter totalitario del mismo. La ideología que imponía era el nacionalcatolicismo, mezcla de un nacionalismo españolista extremo e imperialista, con características racistas (el día nacional se llamaba el Día de la Raza, y la película que realizó el dictador se llamó Raza) y de un catolicismo reaccionario en extremo que, junto con su caudillismo, un machismo muy acentuado y una hostilidad al mundo obrero y sindical, constituyó una ideología totalizante, pues quería cambiar “al hombre”, penetrando en las áreas más íntimas de las personas, desde el sexo hasta la lengua, todo ello normatizado. Tal régimen tuvo pleno control de los medios y de las instituciones. Considerar aquel régimen como meramente autoritario es ignorar la asfixia intelectual, política, económica y cultural que la mayoría de las clases populares sufrieron para mantener la “placidez” de aquellos que se beneficiaron de tal terror.

Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra

(De Público.es http://blogs.publico.es/dominiopublico/3498/la-dictadura-terrorista-y-totalitaria/)