domingo, 16 de septiembre de 2012

Feinmann - Gonzalez: un lujo

No miro 678 por diversas razones. No importa. Lo que si importa es esta charla (no se si catalogarla de debate) entre dos de los mejores intelectuales (a mi parecer) que tenemos en la Argentina. Los que me conocen saben que estoy insoportablemente fascinado con Feinmann. Y un amigo que conoce a Gonzalez dice que uno aprende algo nuevo cada vez que lo escucha hablar. Aprendamos, entonces.

 http://www.youtube.com/watch?v=yajYBo7pBw4&feature=player_embedded

sábado, 8 de septiembre de 2012

Liberté, fraternité, égalité

Si, ya se: no está en el orden correcto. La fórmula clásica es "Liberté, egalité, fraternité". Esperen un poco, denme un poco de espacio y ya llegaré a lo que busco. El de la libertad es un tema continuo, constante entre hombres. Sartre decía que es el tema netamente humano: nuestras posibilidades son prácticamente infinitas, superamos (en muchos aspectos) la naturaleza y su predeterminación sobre los seres. Elegimos, que es en escencia la base de la libertad. Pero me voy a ir un poquito de este surco. Voy a irme a Foucault, porque lo semejante gusta de lo semejante y entre pelados nos sentimos cómodos. El maestro de polerita plantea (en muchos lados, pero en particular en un libro maravilloso: Defender la sociedad -en realidad la desgrabación de un curso-) una visión de la libertad que me parece acertada, sobre todo en los tiempos que corren. La libertad está dada por el Poder. Por la capacidad que tiene un humano de imponer sus derechos por sobre las intenciones de otro, es decir, la posibilidad de demarcar un espacio en el cual él manda, donde su dominio es total. Es una concepción particularmente narcisita de la libertad (ojo: no quiero darle un tinte psi a este texto; si uso estos términos es solo porque me resultan familiares, pero no van por ese camino): Yo hago porque puedo. Porque tengo el poder para hacer lo que quiero. Ahora bien, si hay poder, hay desigualdad. Es simple: una relación de poder implica dominación. Uno por encima del otro, uno ejerciendo una fuerza sobre el otro. ¿Y de dónde surge este poder? Bueno, en un estado de derecho lo darán las leyes. En uno de facto, la fuerza. En ambos, creo yo, lo da el dinero. Pasemos entonces a la otra gran palabrita, egalité. Tranquilos, ya volveremos a liberté. Si en la libertad quien reinaba era la palabra Yo, acá reina el nosotros. O mejor, el Otros (ojo, no lacaniano; o si, pero no me doy cuenta por que al turro ese no empiezo siquiera a entenderlo). Hay otros que vienen a demarcar mi libertad, a ponerle un límite a la expansión de mis deseos y ocurrencias. Hay un mundo de iguales ahí afuera ante quienes debo deponer la expansión de mis antojos. Hay Otros que limitan mi libertad, que hacen que deba deponer mis apetencias de dominador universal. Simplemente porque esos otros también tienen libertades, también tienen deseos y también tienen poder para decidir y hacer. Y curiosamente, la cosa se invierte: yo paso a ser un otro para los otros, y a limitar sus libertades. En definitiva: mis derechos terminan donde empiezan los del otro. ¿Ven? No estoy diciendo nada nuevo. Ahora bárbaro, ¿cómo se concilian dos polos? La historia de las democracias ha demostrado que la danza enantiodrómica solo lleva a más conflicto. No hay una síntesis, no hay un camino del medio: donde una clase gana un derecho, otra siente que se pisotean los suyos. Donde se pretende avanzar en la igualdad, explota el grito en defensa de la libertad del que más tiene (y por favor: comprendan que en este mundo donde la gente sigue muriéndose de hambre, de enfermedades para las que hay curas baratas, donde "no hay verdad que se resista frente a diez mangos moneda nacional"; en este mundo, tener más es tener un auto, una casa, agua potable, un titulo secundario, cuatro comidas. Eso ya es tener más que muchos, muchísimos). Ese que tiene ve a otros que quieren igualarlo, que quieren avanzar sobre sus derechos, sus libertades. Y se pone como loco. Pero entonces, ¿qué hacemos? Acá, me parece, es donde entra la más importante de esas tres palabritas, donde surge la genialidad de este lema. Aparece fraternité. Entra en escena la solución, el catalizador, el puente entre los polos.Fraternidad es empatizar. Es ponerse en el lugar del otro. Eso es, creo yo, la función social más maravillosa que tiene la relación entre hermanos cuando uno crece: uno aprende que hay otros y que tiene que compartir con otros, porque entiende que la comida y la plata es poca, que no todos pueden tener todo lo que quieren y que uno alguna vez también pasó por lo mismo que pasa su hermano. Entonces no se come todas las galletitas: le deja algunas a su hermana, que vuelve más tarde del colegio. Porque sabe que feo es venir con hambre y que no haya nada. Porque ya la pasó. Y porque no quiere que le pase a alguien que uno quiere. Es por esto que digo: acá a lo que hay que apostar no es tanto a la libertad o a la igualdad, sino a la fraternidad. Fraternindad es empatía, es tolerancia. Es comprender que tenemos derechos, pero también obligaciones para con los otros. Muchas veces nos va a dar por el culo, pero es así: vivir en democracia es eso. No solamente hacer lo que quiero, sino hacer lo que es mejor para todos. Yo quiero la Patria Grande. Y una cosa como esa solo se construye con mucho esfuerzo, con mucha Solidaridad. ¡Esa es la palabra! Solidaridad. Hay un viejito en la línea Mitre que pela un bandoneón y se toca unos tangos a la gorra, pero siempre abre y cierra cada interpretación con una frase memorable, a grito pelado: "¡Solo el amor salvará al mundo!". ¡Cuánta razón tiene ese viejo!. La solidaridad nce de ese amor por los otros que surge con el vivir, con el sufrir y entender que los otros también sufren, también necesitan. Y es recordar algo fundamental, que los pancartistas del Frente Popular en la Guerra Civil Española expresaron tan bien en uno de esos maravillosos carteles: "No queremos Caridad, queremos Solidaridad". Ese es para mi el gesto que hace falta. Solidarizarse, entender las necesidades de los otros. Porque si no, si la disputa entre libertad e igualdad sigue al infinito, ganaron los pesimistas. Y disculpenme, muchachos, pero yo creo que se puede seguir peleando.